domingo, 20 de abril de 2014

La mierda que removió toda Grand Central.

 LA MIERDA QUE REMOVIÓ TODA GRAND CENTRAL

Con el tráfico cortado, sin que la gente pudiesen llegar a sus casas o a sus respectivos trabajos, teniéndose que quedar todos sin poder atravesar la Grand Central; bomberos, policías, los encargados de  el tren, las personas que estaban en la calle y en sus coches, todos pendiente de mi brazo atascado lleno de mierda, y todo por mi extreñimiento. No se como por comer chicharos lié la que lié.

Contaré los hechos desde el principio. EStaba yo, Edwin Gallart, sentado en mi respectivo asiento, cuando me dirigí al revisor del tren, porque me sentía fatal, me dolía mucho la barriga y tenía muchos retorcijones:
       - Perdone, ¿me podría decir dónde está el baño?- le pregunté.
       -Claro, está al fondo a la derecha.-me respondió.
       -Muchas gracias.- le dije.

Llegué al baño y era bastante estrecho la verdad, no podía moverme con facilidad como yo esperaba. Y pasó lo menos esperado, llamada del jefe en ese preciso momento que estaba ya sentado echando la mierda.

Me pensé varias veces si cogerlo o no, ya que tenía las manos sujetando el vater como lógicamente hacemos todos al apretar para que salga el mojón. Pero finalmente lo cogí,pensé que podía ser una llamada urgente. ¿Qué pasó? Con los nervios de que iba a colgar ya mi jefe, de coger ya el móvil, se me calló en toda la mierda.

Lo primero que se me pasó por la cabeza fue que porque todo me pasaba a mí,no lo comprendía. Pero bueno, fui a cogerlo y, ya está, el remate de los tomates, se ,e quedó atrancada la mano en el vater. Con toda la mierda que podría haber  ahí, con el cacho de mojón que yo acababa de echar. Que asco, me da  asco hasta volver a recordarlo. Ya está clarísimo que nada más me podía pasar.

Tuvieron que parar todo el tráfico y el tren y toda Grand Central para poder desenroscarme el vater de mi asqueroso brazo lleno de mierda que a saber en que estado estarían. ¡¡ PUTOS CHICHAROS !!

domingo, 23 de marzo de 2014

Pícaro del siglo XXI

     Desde chico trabajaba con mi familia en una humilde panadería que abrió mi bisabuelo en el
barrio de Triana, en Sevilla. Era conocida, principalmente, por su crema catalana y sus deliciosas
torrijas en Semana Santa.
     Al ser el más pequeño de la familia, me ocupaba de los trabajos menos agradables como fregar
los platos, limpiar el suelo, tirar la basura ,etc...
     Todo iba bien hasta que por la crisis los ingresos disminuyeron, nos embargaron la panadería y nuestra casa.
     La situación era tan extrema , que nos hablaron de una banda callejera que trabajaban robando cobre y nos pusimos en contacto con ella. Nos prometieron que nos ayudarían y nos aportarían comida para nuestra familia.
     Mi madre, como era tan humilde, no le gustaba esta idea. Fueron muchas veces las que escuche a mis padres hablar sobre este tema ,pero mi padre tenía tanto miedo de que pasáramos hambre que terminó convenciendo a mi madre.
     Yo tenía doce años cuando una mañana, la policía nos sorprendió robando en una fábrica hilos de cobre. Salimos corriendo y mi padre tropezó y cayó en una valla eléctrica falleciendo al instante.
     Corrimos hasta llegar debajo del puente de Triana , donde nos ocultamos para esperar a mi padre y a mi hermano, los cuales no llegaron. Al día siguiente fuimos al lugar de los  hechos y encontramos a mi hermano oculto entre unos matorrales y estaba herido, tenía una pierna rota.  
     Tras la angustiosa búsqueda de mi hermano y de mi padre nos fuimos a casa de unos amigos que nos acogieron y mi madre decidió dejar la banda cuando tuvo la noticia del fallecimiento de mi padre.
     Ella no quería que  tuviéramos ese tipo de vida. Pero los de la banda no lo iba a permitir, obligaron a mi madre  a robar bajo amenazas de muerte, y la delataron con lo cual la policía la arrestó y la metieron en la cárcel.
     Después de todos estos trágicos sucesos, yo tuve que asumir la responsabilidad de hacerme cargo de mi familia, con mi hermano minusválido y no tuve  de lamentarme ni de llorar la pérdida de mi padre y el encarcelamiento de mi madre.
     Los amigos que nos acogieron decidieron que nos ayudarían pero yo tendría que colaborar en su negocio que era un taller de tatuajes. Yo tendría que recoger las tintas y ordenándolas.
     Pasaron los años , ya tenía 16 años y todavía seguía ordenando los botes de la tienda, pero me daba cuenta de que nos daba muy poco de comer, que lo que ganaba de lo gastaba en tabaco y mi hermano y yo estábamos pasando mucha hambre.
     Entonces, me arriesgué y fui a la caja para robarle dinero para comprar comida para mi hermano y para mi. Cuando Manuel, el hombre que nos había acogido, me sorprendió por detrás robando en la caja.
      Desgraciadamente, Manuel nos echó de la casa por ladrones. Mi hermano Miguel y yo tuvimos que empezar a vivir en la calle porque no teníamos sitio para dormir.
      Los dos primeros días dormimos en la parada del autobús, con unos cartones que habíamos cogido de la basura. La comida la cogimos de un bar cercano que tiraba los restos que la gente no se comía.
    El tercer día, vi un cartel en una papelería dónde ponía que se buscaba empleado para organizar las tintas de la impresora y encargarse de todo lo relacionada con la impresora. En ese momento se me abrieron los ojos como platos y me puse a dar saltos de alegría.
    Entré en la papelería y le expliqué la experiencia que había tenido en la tienda de tatuajes. Ellos me respondieron que era demasiado joven para trabajar con ellos, pues tenía dieciséis años. Le expliqué toda nuestra situación y que estábamos viviendo en la calle. Entonces, nos entendió y me contrató, nos acogió durante un mes, que es lo que tardaba yo en cobrar, para que cuando cobrase nos fuéramos al hostal que había detrás de la papelería, que era muy barato. Y así hicimos.
      Habían pasado ya tres meses y el negocio iba viento en popa, era la única papelería en el barrio y trabajábamos rápidos y eficaces.
      Mi hermano se quedaba solo en el hostal porque no tenía edad para trabajar, tenía catorce años, pero con mi sueldo nos bastaba para las necesidades básicas.
      La familia Sánchez nos había cogido mucho cariño, éramos ya como de la familia y nos trataba como si fuéramos los hijos que nunca habían tenido. Nosotros nos sentíamos muy a gusto con ellos.
     Llevábamos ya tres años trabajando para ellos cuando el pobre Pepe Sánchez, el hombre de la papelería, cayó gravemente enfermo y al poco tiempo falleció.
      Yo, del sueldo del mes de la papelería, siempre nos sobraba un poco y lo ahorrábamos para poder pagar la operación de la rodilla de mi hermano pequeño Miguel. Sólo me faltaban dos meses para ahorrar para poder pagársela.
       Rosa Sánchez, la mujer del hombre de la papelería, nos dijo que ella sola no podía encargarse de la papelería y que sabía que a Pepe le habría hecho mucha ilusión que nos encargáramos del negocio.
       Me encargué yo solo de la papelería, hasta que conseguí el dinero para la operación de mi hermano. Estuve otro mes más sólo en la papelería mientras mi hermano se recuperaba de su operación. Cuando se recuperó ya tenía 17 años y podía trabajar conmigo.
     Rosa cayó en una gran depresión por la muerte de su marido. A los pocos meses murió de pena.
     Nos dejó el negocio de la papelería a mi hermano y a mi. En esta nueva situación conseguimos ganar el suficiente dinero para poder sacar a mi madre de prisión y a descubrir dónde se hallaba la banda que delató a mi madre.
     Investigamos día a día los pasos que daban la banda hasta que dimos con ellos y fuimos a la policía para contárselo y que los detuvieran.
     A mi madre le pagamos la fianza de la cárcel y conseguimos sacarla después de siete años en prisión.
    Ahora que tengo 22 años vivimos mi hermano, mi madre y yo en la casa que fue de la familia Sánchez y nos encargamos del negocio perfectamente.
    A día de hoy he aprendido muchísimas cosas, las principales son valerme por mi mismo y no depender de nada ni nadie para vivir, o sea, ser autosuficiente y respetar las normas.